Historia de
Sevilla
por Serafín y Joaquín Álvarez Quintero
por Serafín y Joaquín Álvarez Quintero
Estaba el Señor Don Hércules, aburrío en el planeta, buscando un
rincón de gracia donde poner una taberna, cuando al pasar por el sitio donde
está hoy la Alamea (que por eso desde entonces lleva ya el nombre que lleva),
se paró como embobao, respiró con toa su fuerza, miró al Cielo, miro al suelo,
y dijo: ¡Gachó, que tierra!, y con cuatro tablas, cuatro mesas, cuatro sillas,
dos barriles, una tisa, un gato, dos ratoneras, dose chatos, dose cañas y dos
carteles de Feria, abrió el establecimiento, poniendo mientras en la puerta (en
Latín que era el idioma que en tiempos se hablaba en Serva). “Aquí hay Jerez,
hay Cazalla, Manzanilla sanluqueña, Vino blanco del Condao, y unas tapas que
marean”. Tapas son boqueronsitos, rajitas de cosa buena, aceitunas, queso,
gambas espampanantes, según Séneca, que era de Córdoba, y tuvo la gracia que
tuvo el Guerra.
Pues Señó, que cierto día que estaba la tasca llena, y había
marchantes hasta la misma Barqueta, pasó por allí sirbando un don nadie, ¡Julio
César!, pasó haciéndose el panoli, como aquel que no se entera, pero con el
rabillo del ojo leyó hasta el libro de cuentas, que son las apuntaciones que en
el mostrador se llevan. Comprendió que aquel negocio era mejor que la guerra, y
agarrando por las plumas a uno que estaba a su vera, que era sus pies y sus
manos le dijo en romana lengua: “Vamos a meter la pata, armá bronca, armá
pelea, a repartir cuatro cosquis y a quearnos con la tienda”. Y dicho y hecho,
Julio ensanchó aquel negosio, como hombre de gran sesera. Puso dominó,
billares, el juego de la rana, etcétera. Puso cocina, dio tapas calientes,
menudo, armejas… Como guerrero inventó la costumbre de “la espuela”, que es
convidá a los amigos con una caña en la puerta. Puso también camarotes, que son
cuartos de madera donde van generalmente las personas por parejas. Puso papel
“matamoscas” y no puso luz eléctrica porque el fluido es una cosa moderna, y
que a Julio no le podía pasar por la cabeza.
Temeroso andaba el hombre de perder la tienda, y encargó a seis
albañiles marchantes de la taberna, de levantar una muralla para la gente de
fuera. No comprendía el pobresillo ¡Dios en su gloria lo tenga!, que no hay
poder en lo humano, que ni se rinda y venza, y el que hoy es grande, mañana no
tiene ni dos pesetas. Total, que una mañanita llegaron a la Alamea unos cuantos
niños góticos, godos, pa que me entiendan. Y como eran gente joven, caprichosa
y resuelta, le dieron al pobre Julio el canuto y la licencia, y se quearon por
amos una temporá completa.
Pero poco iba a durarles la ganga, porque ya era mucho el fole
fole que movía la taberna, pa que la envidia mardita se callara o se durmiera.
¡Pícara envidia! A los góticos se les metió Alá entre las cejas, y los echó a
puntapié la babucha del Profeta. El Profeta era Mahoma, que un día de primavera
mando a un chavó con turbante, media luna y barbas negras, a cortá con
algarabía cincuenta mil insolencias diciendo, que él se saltaba a toa la
patulea de góticos, y al mismísimo San Leandro, el de las yemas.
Se quedó solo el hombre, llamó a un pintor de allí cerca, y cambió
en cinto minutos el letrero de la puerta: “Se venden aquí alfajores, arropías
cordobesas, asofaifos, artramuses, hechos, dicen en Utrera, ajonjolises y
almendras”. Y al anuncio, principiaron a entrar en Sevilla. ¡Eche usté moros!
Cada uno con sus dos docenas de moras, bonitas como unas perlas. Gente amiga
del regalo, tranquila, con poca prisa, según la Historia acredita, se dijeron
en su jerga, "jamala,jámala, jamala", lo que puesto en nuestra lengua
quiere decir justamente, “Vamos a ver quién nos hecha”.
Y llenaron a Sevilla
de naranjos y palmeras, de arjimeses y de flores, de fuentes y de cancelas, y
construyeron la torre más gitana, más esbelta, más arrogante, más fina, más
graciosa y pinturera que nadie en el mundo ha visto, contando ya a Adán y Eva.
Una torre…
¡La Giralda! Hay que
verla. Es bien sabío que en Sevilla er Sol se acuesta más tarde, y madruga más,
por verse más tiempo en ella. Y la luna está esperando que él se ponga pa
decirle a la Giralda: “Toma mi plata, princesa", y lo mismo que la Luna,
hacen luceros y estrellas.
Y así
estaban los moritos, orgullosos de su empresa, y echando moros al mundo, como
quien echa aluzemas. Y que pregones se oían por plazas y plazoletas. De
entonces son los famosos ¡Quien me compra esta jalea, un jardín llevo en el
brazo, calabazas, habichuelas!
Bueno
pues así es la vida, con sus cambios y mudanzas, sus desdichas y sus tristezas.
Mahoma con su chilaba tuvo que tomar soleta, porque San Fernando El Santo, vaya
persona seria, viendo en tierra tan hermosa a tanta gente sin creencias, se
levantó una mañana con la corona bien puesta, y montando en su jaca, más
valiente y más ligera, al son de diez mil tambores y veinte mil trompetas, tomó
la orilla del río, publicando en sus banderas: “O echamos de aquí a los moros o
no tenemos vergüenza” Y en poco más de tres días de batallas y contiendas, con
la ayuda de la Virgen de los Reyes, que se le apareció en Castilleja, no dejó
de punta a punta de Sevilla la Agarena, ni un turbante, ni una daga, ni un
jaique, ni una chilaba… Vamos, como lo diré yo, pa decirlo más de veras, no
dejó ni un hueso de dátil pa la siembra. Luego mandó poner cruces en torres y
azoteas. Fundó la Misa del Gallo, que se dice en Noche Buena. Hizo la ciudad
cristiana, y cristiana se conserva.
Testigos
de estas verdades son Santa Justa y Rufina, las hermanas arfareras. El Cachorro
de Triana, la que está en la Macarena, el Cristo del Gran Poder y la de las
Cigarreras, por no citar, sino algunas de la mil que se veneran.
Los demás
datos históricos ya vienen a estar tan cerca que son cosas que conocen los
chiquillos de la escuela.
Alfonso el Sabio, el
que dijo: “NoMadejado esta
tierra” En el escudo está puesto; un No, un Do y una Madeja. El hombre de las
partías, fueron siete “pero buenas” y se llamaron serranas porque las pensó en
la Sierra. Después Don Pedro el Cruel, “Un periquillo entre ellas” unos dicen
que un bendito, otros dicen que una fiera.
En la pintura tenemos a Murillo, Velázquez, ¡bahhh! Dos pintores
de puertas... Martínez el Montañés, un manco de la mano derecha que hacía
toritos de barro y milagritos de cera. Y de la gente de pluma, vayan con Dios
los poetas: Nicolás el Romancero, y después López de Rueda, y después Rodrigo
Caro, y después Fernando Herrera. Y que sé yo… hasta el romántico ese
que le dijo a una zucena: “Porque son niña tus ojos verdes como el mar te
quejas” ¡Que son ganas de quejarse que tienen algunas hembras”
Y así rozando, rozando, de eminencia en eminencia, llegamos
hasta mi persona,
como el que baja una cuesta.
Bueno, pues de toda esa gente, de todas las razas esas, que en la
grandiosa Sevilla vivieron dejando huellas, de tos ¡Que cosa tan grande! Llevo
yo sangre en las venas.
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